thomDíaz: Observar y escuchar el instante
Para thomDíaz, el cine comenzó en silencio, entre el sonido leve de unas agujas tejiendo y las luces parpadeantes de una televisión. “Mi primer acercamiento fue de pequeño —recuerda—, observando a mi abuela Refugio ver cine en la televisión.” Eran las películas en blanco y negro de la época de oro del cine mexicano. Ella, sentada en una mecedora, tejía mientras miraba y escuchaba con atención; él, niño curioso, la acompañaba en ese rito cotidiano donde la imagen y el afecto se entrelazaban. En esa escena doméstica —tan simple y tan profunda— nació su fascinación: el cine como compañía, como acto íntimo de observación y escucha.

Con los años, su mirada se transformó. “Fue cuando conocí la vida y obra de Pier Paolo Pasolini”, cuenta. Ahí entendió que el cine podía ser también una forma de pensamiento, de poesía, de resistencia. De Pasolini aprendió que la cámara no solo registra, sino que revela; que el cine puede ser un acto de fe, una oración visual hecha de cuerpo, contradicción y belleza.
Desde su ciudad y su tiempo, hacer cine significa para él “la habilidad de crear desde la simplicidad y poética de la vida cotidiana, el instante real trasladado a la atmósfera cinematográfica.” En esa frase se resume su estética: mirar lo pequeño, lo imperceptible, lo que ocurre mientras el mundo se distrae.
Pero su relación con el cine va más allá de contar historias. “No creo que sea necesario contar algo —afirma—. La mayoría de las cosas ya están contadas una y otra vez.” Lo que le interesa no es la narración, sino la sensación. “Quizá lo interesante sea qué emociones, atmósferas y sonidos puedo lograr con una obra visual, sin que el guion sea un distractor.” En su visión, los diálogos son apenas ruido: la verdadera historia ocurre en el silencio, en la pausa, en el respiro entre imágenes.
Cuando toma una cámara, busca “lo sutil, aquello que no tiene forma física.” Su cine se mueve entre lo visible y lo intangible, entre la materia y el aire. Es un ejercicio de contemplación, un intento de capturar lo inasible. “No hay mayor gracia que el Dar”, dice al hablar del equilibrio entre lo personal y lo colectivo. Dar, compartir, enseñar: para él, el cine es una extensión del acto generoso de observar y luego ofrecer lo visto.
Los retos del cine en México, reconoce, dependen de las aspiraciones de cada creador. “Si tus bases están inspiradas en la industria hollywoodense o en el modelo europeo, puede ser complicado. Pero si tus bases son otras, puede ser sencillo y sumamente gratificante, no porque tu obra sea vista, sino por la simple y sencilla razón de tener la capacidad creadora de realizarla.” Su mirada desarma el paradigma de éxito: el cine vale por existir, no por ser reconocido.
“Lo que cambiaría —dice— es la percepción de lo que la mayoría cree que es cine.” Para él, hay otras formas de pensar, realizar y observar. Su visión es una invitación a mirar más allá de la taquilla y del formato, a entender el cine como un campo abierto donde todo puede ocurrir.
El futuro del cine independiente, lo ve con lucidez: “Hasta que no sea explotado por la industria, permanecerá en un rincón con pocos accesos y salidas.” Pero no hay lamento en su voz, sino aceptación: ese rincón también es un refugio, un espacio libre, lejos del ruido y de las imposiciones.
En cuanto al público, su postura es radicalmente honesta. “Mi espera no se basa en que el público vea, se enamore o juzgue lo que hago.” No busca aplausos ni aprobación, porque su cine no está hecho para complacer, sino para existir. Es una forma de meditación, un ejercicio interior.
“El cine es observar y escuchar un ave posada sobre el nogal”, dice, y la frase es toda una poética. El cine como quietud, como atención pura. Si tuviera que resumirlo en una imagen, sería “el instante ordinario de la vida misma.” Ese instante que casi nadie mira, pero que contiene toda la belleza posible.
A quienes empiezan, les deja un consejo que podría ser un manifiesto: “Toma cualquier medio con cámara y filma tus emociones.” No hay excusas, no hay fórmulas, no hay permisos. Solo la necesidad de mirar y de registrar lo que se siente.
thomDíaz pertenece a una tradición silenciosa: la de los que hacen del cine un gesto de contemplación. En su visión, el norte no se grita ni se impone: se observa. Se escucha. Se respira. Porque al final, el cine —como el canto leve de un ave sobre un nogal— ocurre en el instante en que alguien se detiene, mira y comprende que la vida, en su forma más simple, ya es poesía.
thomDíaz es parte del festival y podrás conocerlo en una de las actividades:
Síguelo en: https://www.instagram.com/1981diaz/
La Semilla Germina en lo Pardo es una investigación en desarrollo permanente
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