José Jiménez: Conexión con el mundo

Para José Jiménez, el cine comenzó con una ventana abierta al planeta. “Mi recuerdo más vivo respecto al cine es con el cine documental —dice—. Ver imágenes del mundo en pantalla frente a mí me hicieron soñar con estar ahí, con dejar de ser ciudadano de unos cuantos kilómetros cuadrados y volverme alguien que vive presente en todo el planeta.” Desde entonces, entendió que el cine podía romper fronteras, expandir el cuerpo y la mente más allá del lugar donde uno nació. Fue la mirada documental —más que la ficción— la que lo hizo sentir parte del mundo.

Dos títulos definieron ese impulso: Baraka y los documentales del Camel Trophy. Ambos lo marcaron por su capacidad de mostrar la grandeza del planeta y la pequeñez del individuo frente a él. “Fueron documentales que me hicieron querer dedicarme a esto”, explica. No era solo un deseo de filmar, sino de entender el mundo a través de la imagen. Su trabajo nace de esa necesidad de mirar lejos, de aprender de lo visible y lo invisible, de lo humano y lo natural.

Hacer cine desde su contexto es, para José, un acto de resistencia. “Significa expresar una visión única e independiente a los algoritmos o personas que deciden lo que veremos el cien por ciento de los mexicanos.” En un país donde el acceso a la pantalla está condicionado por la industria, filmar se convierte en un gesto de libertad. Es contar desde los márgenes, desde la autenticidad de quien no obedece más que a su propia mirada.

Cree que las historias son permanentes. “Nunca perderán vigencia —dice—. Nunca dejarán de entretenernos.” Para él, contar es una forma de dejar un registro emocional del presente para el futuro. Cada historia filmada es una huella del tiempo y una manera de decir: esto fuimos, esto sentimos, esto vimos.

Cuando toma una cámara, su intención es clara: “Mostrar la realidad.” Pero en su voz, la palabra realidad no suena como una simple descripción, sino como un compromiso. José mira el mundo con la sensibilidad del que sabe que lo real también es frágil, que lo verdadero puede ser poético, y que registrar un instante es ya una forma de resistencia.

“El equilibrio no es opcional —dice sobre el trabajo colectivo—. Es un arte colectivo, por lo tanto, es natural trabajar en conjunto y volver la obra en la prioridad.” En su pensamiento, el cine no es una suma de talentos, sino una fusión de voluntades; una creación común que trasciende el ego para convertirse en experiencia compartida.

Hablar de los retos del cine mexicano, para él, es hablar de persistencia. “Lo más gratificante es ver la obra terminada, no haber claudicado, no dejar ni media idea a medias.” La satisfacción no está en la fama ni en los premios, sino en haber resistido hasta el último plano. Pero también reconoce la precariedad: “Lo más difícil es que la industria mexicana está casi extinta.” Lo dice sin dramatismo, con la serenidad de quien conoce el terreno y sigue filmando a pesar de todo.

Le gustaría que el cambio empezara desde lo básico: “Recuperar las salas de exhibición.” No como nostalgia, sino como espacio vital para reconectar a los espectadores con sus propias historias. Porque, según él, el cine independiente corre el riesgo de diluirse. “Lo imagino cada día con menor influencia, transformado en trabajos personales expuestos en redes sociales para un público cada vez más saturado y menos sensible al esfuerzo de los creadores independientes.”

Aun así, su esperanza se mantiene viva en el acto mismo de crear. Espera que el público que vea sus obras —o las de sus alumnos— sienta “curiosidad y conexión con lo que somos.” Esa palabra, conexión, define su filosofía: el cine como vínculo, como puente entre miradas y mundos.

El cine es conexión”, afirma sin titubeos. Y si tuviera que representarlo en una imagen, sería “una planta en otoño”: algo que, aun en su fragilidad, sigue creciendo, sigue respirando. La metáfora encierra su manera de entender el arte: el cine como organismo vivo, cambiante, que florece incluso cuando el entorno parece hostil.

A quienes comienzan, les deja un consejo que resume su visión del oficio: “Aprendan del mundo y de lo que nos define como humanidad, más allá de lo técnico.” Para él, filmar no es cuestión de cámaras, sino de conciencia. “Hacer historias está definido por quiénes somos y por el bagaje social y cultural que traemos a cuestas.”

En la mirada de José Jiménez, el cine no es solo imagen: es viaje, resistencia y redescubrimiento. Una forma de volver a mirar el planeta con ojos nuevos, de volver a conectarse con lo que nos une. Porque, al final, filmar —como vivir— es eso: buscar conexión en medio de un mundo que cambia, pero que sigue necesitando historias que nos hagan sentir parte de algo más grande.