Gabriel Ramos Jiménez: El reflejo de nuestras vidas
Para Gabriel Ramos Jiménez, el cine comenzó con una cámara casera. “Desde pequeño me gustaba grabar con una cámara de video que tenían mis papás”, recuerda. En aquellas primeras grabaciones domésticas —imperfectas, espontáneas, sinceras— nació una curiosidad que con el tiempo se transformó en vocación. No era solo jugar con imágenes; era, sin saberlo, comenzar a mirar el mundo con una intención distinta.

Años después, una película marcaría su destino. La Naranja Mecánica le reveló que el cine podía ser incómodo, provocador, incluso perturbador. “Esa película marcó mi vida”, dice. En su visión, el arte no está para complacer, sino para sacudir. Desde entonces entendió que el cine podía ser espejo y confrontación, un lenguaje que no solo muestra la realidad, sino que la desnuda.
Hacer cine desde su ciudad, desde su contexto, es para Gabriel un acto de privilegio y perseverancia. “Es un privilegio dedicarme a lo que más me gusta —confiesa—. Ha sido un camino largo, pero nunca he dejado de crear mis propias opiniones.” Su relación con el cine es la de un artesano de la mirada: alguien que ha aprendido a forjar su pensamiento entre proyectos, rodajes y silencios.
“El cine es necesario para que la sociedad se mire en el espejo”, afirma con contundencia. En sus palabras se percibe la certeza de que el arte tiene una función moral y emocional: recordarnos quiénes somos, incluso cuando no queremos vernos. Esa búsqueda de verdad atraviesa su trabajo. “Me interesa buscar la verdad de lo que pienso y de cómo veo la vida en general”, dice. Su cine nace de la honestidad, no de la complacencia.
En el set, su liderazgo también refleja esa coherencia. “Trato de poner el ejemplo con mis compañeros al momento de filmar y procuro ser muy claro con ellos.” Para él, el cine es colaboración y respeto, una forma de enseñanza mutua donde cada miembro del equipo aporta su voz a una visión común.
Los desafíos son muchos. “Lo más difícil es conseguir el financiamiento para hacer cine —reconoce—. Lo más gratificante es compartirlo con la gente una vez terminado.” Su frase resume la paradoja del oficio: crear en medio de la escasez, pero alcanzar la plenitud cuando la obra se proyecta. Aun así, mantiene su fe en el talento mexicano. “No cambiaría la forma de producir, porque en México hay mucho talento. Lo que sí cambiaría es la poca disposición de las distribuidoras para exhibir cine nacional.” En su mirada, el problema no es de creatividad, sino de ventanas: hay historias, pero faltan pantallas.
El futuro del cine independiente, intuye, será digital. “Creo que va a terminar viéndose únicamente en plataformas”, dice sin nostalgia, solo con realismo. Pero incluso ahí, en ese nuevo formato, sigue creyendo que el cine conservará su fuerza: la capacidad de conectar y transformar.
Como espectador, Gabriel busca que su cine deje huella. “Espero que nuestra película deje un mensaje muy claro sobre el problema tan grande que tenemos en México sobre la violencia de género.” Su trabajo no solo cuenta historias: las denuncia, las enfrenta. Y cuando habla de Poor Things, la última película que lo conmovió, se nota que sigue siendo un espectador apasionado, alguien que aún se deja sorprender.
“El cine es el reflejo de nuestras vidas”, afirma. Su definición es sencilla, pero encierra toda una filosofía: el cine como espejo, como memoria, como árbol que crece desde nuestras raíces colectivas. “Si tuviera que representarlo —añade— sería un árbol.” Una imagen viva, que cambia con el tiempo, que da sombra y frutos, pero también exige cuidado y constancia.
A quienes comienzan, les da un consejo que es también un recordatorio de resistencia: “Que no se rinda.” Tres palabras que podrían ser el mantra de cualquier creador del norte, donde el cine se hace con pasión, ingenio y coraje.
Gabriel Ramos pertenece a esa generación de cineastas que entienden el arte como un espejo: uno que no embellece, sino que revela. En su visión, el cine no solo nos muestra, sino que nos obliga a vernos. Y en ese reflejo, imperfecto y luminoso, descubrimos lo que somos: una sociedad que aún busca su verdad en la pantalla, y que sigue filmando porque —como él mismo dice— el cine es, al final, el reflejo de nuestras vidas.
Gabriel Ramos es parte del festival y podrás conocerlo en una de las actividades:
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