Frankenstein | Guillermo del Toro | Avance oficial
«Frankenstein» —escrita y dirigida por Guillermo del Toro— llega a Netflix en noviembre. Protagonizada por Oscar Isaac, Jacob Elordi, Mia Goth, Felix Kammerer, con Charles Dance y Christoph Waltz. El director ganador del Oscar® Guillermo del Toro adapta el cuento clásico de Mary Shelley sobre Víctor Frankenstein, un científico brillante y ególatra que da vida a una criatura en un monstruoso experimento que termina siendo la perdición tanto del creador como de su trágica creación.
Frankenstein (2025): del Toro sutura el mito con carne, culpa y ternura
Guillermo del Toro regresa al gótico para enfrentar, por fin, su criatura más ansiada. Frankenstein (2025) se presenta como un relato de orfandad y deseo de pertenencia, más cercano al dolor íntimo que al susto fácil. La película —escrita y dirigida por del Toro— reimagina a la criatura como un espejo trémulo de su creador: un hijo no pedido que exige amor en un mundo que lo teme. El film tuvo su estreno mundial en Venecia 2025, con un lanzamiento en cines a partir del 17 de octubre y estreno en Netflix el 7 de noviembre.
El elenco aporta una mezcla poderosa de magnetismo y vulnerabilidad. Oscar Isaac compone a un Victor Frankenstein brillante y ególatra, consumido por su soberbia y por la resaca moral de “jugar a ser dios”. Jacob Elordi encarna a la Criatura desde la fisicalidad y la voz en off: un cuerpo cicatrizado que articula su propia versión del mito, con un diseño de criatura que huye del cliché de los pernos y privilegia lo orgánico, lo “imperfectamente humano”. Mia Goth (Elizabeth) y Christoph Waltz completan un reparto que del Toro utiliza como engranajes de una tragedia íntima.
La puesta en escena respira el sello del director: arquitectura de sombras, texturas húmedas, y una paleta que pasa del ámbar funerario al azul eléctrico de la transgresión científica. El nuevo tráiler deja ver un dispositivo visual que alterna el vértigo de la “torre herida por el rayo” con planos cerrados donde la piel —y su memoria— son territorio dramático. La Criatura aparece “hermosa y espectral”, con una materialidad que provoca repulsión y compasión a la vez: del Toro persigue la belleza en lo roto.
Más allá de la iconografía, lo que conmueve es el eje emocional “padre–hijo” que vertebra la historia: la demanda obstinada de la Criatura por un lugar en el mundo y la negativa cobarde del científico que, tras crear, rehúye. Esa lectura, subrayada por el propio material promocional, orienta la película hacia la tragedia moral antes que hacia el espectáculo mecánico del terror.
En términos de relectura literaria, del Toro parece abrazar la polifonía de Mary Shelley —la posibilidad de que “él cuente su versión”— sin renunciar a una sensibilidad moderna por los cuerpos anómalos. La voz de la Criatura, que abre el tráiler con “Mi creador contó su historia… yo contaré la mía”, funciona como declaración de principios: no se trata de revivir un clásico, sino de restituirle la palabra a quien siempre fue monstruo porque nadie le dejó hablar.
El diseño de criatura (obra del colaborador habitual Mike Hill) y el trabajo de maquillaje y prostéticos construyen un fisonomía “posthumana”: manos expuestas donde se adivinan tendones, injertos, pieles que no terminan de reconciliarse. Esa decisión estética desplaza la película del tributo directo a Universal hacia un gótico corporal más cercano a la poética de La forma del agua, aunque aquí la ternura está cruzada por la vergüenza y el abandono.
En lo actoral, Elordi sorprende con una criatura que piensa y siente; no es un coloso torpe, sino un bebé filosófico arrojado al mundo. Isaac sostiene la otra mitad del espejo: un Victor seductor, brillante, incapaz de responsabilizarse de su acto creador. Goth ocupa el espacio de la vida posible, el amor civil que la ciencia violenta; y Waltz aporta el cinismo que empuja la tragedia hacia su destino. Juntos forman un coro trágico donde nadie sale ileso.
En su tramo final —según dejan entrever las piezas promocionales— la película incendia literalmente la culpa: el fuego no es castigo del pueblo, sino metáfora del vínculo que ambos personajes no pudieron sostener. Del Toro, fiel a su tradición, pide mirar de frente lo que rechazamos. Si El laberinto del fauno hablaba de la imaginación como refugio, Frankenstein insiste en la responsabilidad: cada creación exige un cuidado; cada criatura, un nombre.
Frankenstein es un filme de monstruos que coloca el corazón antes que el espanto. Del Toro firma un melodrama gótico donde la artesanía (diseño de criatura, atmósfera, dirección de arte) está al servicio de una pregunta vieja y urgente: ¿qué nos hace humanos —y quiénes quedan fuera cuando trazamos esa frontera? Para el público de Plano Norte en Corto, es una cita obligada con el cine de autor que no olvida conmover mientras reinventa un mito.