Roberto Uriel Torres: La vida en movimiento

Para Roberto, el cine comenzó en la televisión. En casa, los fines de semana, las historias del cine de oro mexicano llenaban la sala. Era una rutina sencilla, pero mágica: “Veíamos esas películas en tele abierta —recuerda—. Ahí empezó todo.” En blanco y negro, entre melodramas, risas y canciones, descubrió que el cine podía ser compañía, espejo y ritual familiar.

Más adelante, una película lo marcó para siempre. Cinema Paradiso le hizo comprender que su amor no estaba solo en la creación, sino en la exhibición. “Esa película me hizo entender que amo la exhibición”, dice, con la convicción de quien ha encontrado su vocación en la oscuridad de una sala donde otros miran. Para él, proyectar una película es también un acto creativo: el arte de compartir la emoción de una historia con otros.

Hacer cine desde el norte, desde su contexto, tiene otro sentido. “Es resistencia y alternativa”, define. Resistir frente a la centralización, frente a los obstáculos institucionales y al desinterés social. Pero también es ofrecer una alternativa: una manera distinta de mirar, de narrar, de habitar el territorio a través de las imágenes. En su voz, el cine se vuelve trinchera y refugio al mismo tiempo.

Roberto entiende el cine como un arte profundamente humano. “La expresión audiovisual es potente y poderosa —dice—, porque es el arte más completo y el que mejor toca sensibilidades, almas, corazones.” Lo visual, lo sonoro, lo emocional: todo converge en una misma experiencia que nos permite reconocernos. Por eso, cuando habla del equilibrio entre lo personal y lo colectivo, lo explica con una claridad desarmante: “Para mí lo personal es colectivo y viceversa. Lo que le afecta a una persona no puede separarse del resto. Una sala de cine es colectiva.” Esa idea —el cine como comunidad— atraviesa su pensamiento y su trabajo.

Los retos que enfrenta el cine en México los conoce bien. “En el norte, la falta de apoyo institucional y social es una constante”, lamenta. También señala las desventajas estructurales frente al cine hollywoodense: leyes que no favorecen la exhibición nacional y un público que muchas veces ignora su propio cine. Aun así, mantiene la esperanza: “Lo más gratificante es que, a pesar de todo, se puede hacer cine con los recursos que tengas, siempre que haya una buena historia por contar.” La palabra clave en su discurso es persistencia: el cine como acto de fe en medio de la adversidad.

Su visión de cambio empieza por lo esencial: “Necesitamos reglas justas y claras, leyes que garanticen una competitividad de exhibición a nuestro cine.” Para Roberto, el futuro del cine independiente y regional pasa por esa transformación estructural, pero también por la pasión de quienes siguen creando sin esperar permiso. “Va a crecer —asegura—, quizá no tanto como quisiéramos, pero sí, todavía hay camino para reconstruir una gran industria.”

Su mirada como espectador es igual de comprometida. Desea que el público valore lo propio. “Me encantaría que la gente valorara nuestras historias, a nuestros artistas, que se dieran cuenta de que hay otro cine más allá del comercial.” En especial, siente afinidad por los documentales. “Todos los documentales, sobre todo los que hacen una denuncia pública, me recuerdan la relevancia del cine.” Para él, el cine importa cuando ilumina, cuando muestra lo que otros prefieren no ver.

El cine es la vida en movimiento”, resume, con una frase que condensa su visión y su oficio. Si tuviera que representarlo en una imagen, sería —dice— “un rayo de luz iluminando la oscuridad”. La metáfora no podría ser más precisa: en cada proyección, el cine vuelve a hacer visible lo invisible, a transformar la sombra en significado.

Y a quienes comienzan, les deja un consejo que reivindica la disciplina y el respeto por la historia que se cuenta: “Primero que el guion esté bien trabajado, revisado, leído por otros ojos, y que se respete al momento de filmarlo.” Porque para él, la solidez del cine no está solo en la cámara, sino en la palabra que lo origina.

Roberto Uriel Torres pertenece a esa generación que entiende el cine no solo como creación, sino como acto colectivo. Su mirada celebra la resistencia de quienes, desde las regiones, siguen encendiendo proyectores y contando historias. En su voz, el norte se cuenta en corto, pero también en largo: en la luz que persiste, en la comunidad que mira junta, en esa vida que, al proyectarse en pantalla, nos recuerda que seguimos moviéndonos.


Roberto Uriel es parte del festival y podrás conocerlo en una de las actividades:

Mesa de dialogo “Retos para la exhibición y la distribución” el jueves 13 / 16:00h

Síguelo en: https://www.instagram.com/robertouriel/