Amores perros, 25 años de una herida abierta que sigue latiendo


En octubre del año 2000, Amores perros irrumpió como una detonación en el cine mexicano. Era cruda, urbana, fragmentada y profundamente humana. Veinticinco años después, esa película que cambió la forma de mirar —y de contar— las historias desde México, regresa a las salas y a la conversación pública, con una fuerza que demuestra que las heridas también pueden ser una forma de memoria.

Dirigida por Alejandro González Iñárritu y escrita por Guillermo Arriaga, la cinta inauguró un lenguaje narrativo que influiría en toda una generación: el llamado cine de historias entrelazadas, donde las vidas chocan, se cruzan y se transforman. Con ella, el país se miró a sí mismo desde la violencia cotidiana, el amor truncado, la soledad y la redención posible. Amores perros fue espejo y herida, ruido y ternura.

Su regreso, restaurada en 4K y celebrada con proyecciones especiales e incluso una instalación inmersiva —Sueño perro, concebida por Iñárritu— no es solo un homenaje a una película, sino a un momento fundacional del nuevo cine mexicano. Un cine que se atrevió a mirar desde la periferia, a narrar desde la calle, y a encontrar belleza en el caos.

En Plano Norte en Corto celebramos esa vigencia. Porque todo festival que nace del territorio y de las historias urgentes debe mirar hacia atrás para entender lo que nos trajo hasta aquí. Amores perros no solo marcó una época; abrió un camino para quienes hoy seguimos creyendo que el cine puede —y debe— ser un acto de resistencia emocional.

Veinticinco años después, sus ecos siguen resonando en cada intento por contar lo que somos: contradictorios, intensos, vulnerables, profundamente humanos.